Creo que con esto ya quedó suficientemente claro lo de furioso. Ahora quiero aclarar lo de confundido, y es aquí donde ha jugado un papel importante Nietzsche. Para decirlo de una forma sencilla, que empiece a abrir la reflexión que en este texto deseo presentar, quiero resaltar dos términos que podrían resumir lo dicho en el párrafo anterior: Pasividad y venganza. Me preguntaría si esa furia que describo, no tiene mucho de sentido de venganza; un sentimiento muy cercano a ese sentimiento cristiano, y por tanto a esa transmutación de valores, de la que habló Nietzsche y que para él define la moral, desde la idea de lo malo y lo bueno, en correspondencia al papel malvado del fuerte y el papel sufrido pero “correcto” del débil. También me preguntaría si esa pasividad que caracteriza mi activismo ecológico, no se parece mucho a esas fuerzas reactivas que cruzan a “los buenos” en el terreno de juego de la moral occidental.
En síntesis, la pregunta, sería por, ¿qué tanto tendría de moral, desde la perspectiva de Nietzsche, el discurso ecologista contemporáneo?. Es aquí donde empieza la confusión, porque en momentos me encanta leer su ironía inmisericorde que bombardea y destruye ese antropocentrismo insoportable que define mucho de la forma en que el ser humano se relaciona con el planeta mediante sus sistemas de producción y consumo, y en otras ocasiones, hubiera deseado que se lo hubiera comido un tiburón en ciento cincuenta lentos bocados. Básicamente, porque desde mi interpretación y acomodación de sus planteamientos al problema de la destrucción medioambiental, podría llegar a pensar, que el actuar destructivo del hombre hace parte del mismo vitalismo, que lo constituye como especie de este planeta, y que aunque él (el ser humano), no lo entienda, realmente, esta no es una cosa que deba pasar por su conciencia.
Expuesta esta confusión, es que deseo a continuación profundizar en las “acomodaciones” que hago de varias de las propuestas de Nietzsche, para analizar críticamente el discurso ecologista, y el concepto de consumo responsable, que últimamente, desde la industria, han empezado a ir de la mano.
Me atrevería a plantear como de carácter apolíneo, la dinámica del consumismo en las sociedades contemporáneas que ha funcionado como ilusión, pero se ha entendido y aceptado, como una verdad de libertad, un derecho y “esencia” del ser humano, que genera, orden, satisfacción, desarrollo y prosperidad. Esta intención de verdad, va más allá de la satisfacción de una necesidad, para ser la expresión de motivaciones profundas, creencias sociales, estilos de vida, percepciones de autoestima, estima social, superioridad y autorrealización.
También podría decirse, de carácter apolíneo, lo que intentan hacer los estados (muchas veces hipócritamente) imponiendo regulaciones, lo que hacen los consumidores, asumiendo estilos de vida de consumo responsable, y lo que hacen los ecologistas analizando, visibilizando, criticando e impidiendo.
El discurso ecologista tiende a tomar una de las tres siguientes posiciones, los cuales el filósofo alemán Matthias Kettner, llama respectivamente, ortodoxa, reformista y revisionista.
La primera asume la idea de extender la ética a las consecuencias tanto intencionadas como no intencionadas, del sistema de producción y consumo. Por lo cual, también asume que no es necesario crear una ética nueva, sino que es necesario ampliar la ética actual en la que la “avaricia” y la “miopía” definidas como malas, sean criticadas y cuestionadas, para definir desde ahí, comportamientos más responsables. La segunda, propone, agregar a la ética tradicional, los valores del medio ambiente y los deberes que como especie debe a él, incurriendo en otorgarle derechos morales y le galos a los organismos vivos. La tercera exige la definición de una ética nueva que no se centre en los seres humanos sino en la naturaleza. Según esta última perspectiva, se consideraría correcto, todo aquello que tienda a preservar la integridad y estabilidad de todo ser viviente, y como incorrecto todo aquello que haga precisamente lo contrario, lo que crea una moral nueva, en la que el centro es la vida y no el ser humano.
Las tres posiciones, asumen una posición ingenua basada en que dada la posibilidad de conciencia del hombre, este debería ser responsable, respetuoso y condescendiente con las demás especies y demás formas de vida del planeta, en su acto mismo de vivir. Es curioso ver, como el mismo antropocentrismo que ataca, fácilmente aparece desde la raíz de su discurso, otorgando un valor superior, a la conciencia, y acentuando en el hombre una condición de apaciguamiento y domesticación ante el débil.
¿Cuales son entonces las líneas de emergencia del valor del cuidado de la naturaleza?, entendería, que más allá del cuidado medioambiental, es salvar el propio pellejo, pero también es una intención por mantener domesticada una pulsión inconsciente egoísta, brutal y depredadora que lo caracteriza, y cuando hablo de brutal en el tema que abordo en este texto, me refiero a su capacidad y poder para depredar y destruir el ambiente, otras especies e incluso a sí misma. Solo demos una mirada a las condiciones de producción y explotación en el contexto global, que permiten que unas regiones del planeta sobrevivan a costa de la miseria de otras. El ecologismo entonces, de alguna manera, es un discurso que, si lo planteara, usando planteamientos de Nietzsche, rechaza esta forma de experimentar el poder. Este discurso, condenaría esa actitud egoísta, porque no es algo que sea condescendiente ni con otras especies, ni con la especie misma. Se diría entonces que el ecologismo es débil, y es una fuerza reactiva, en la medida que culpa la capacidad de poder del ser humano, y victimiza la indefensión de ella misma y de otras especies.
Pensemos por un momento en un fenómeno cultural reciente, el de la película Avatar. Siempre me he preguntado que logra este tipo de contenido de entretenimiento en la percepción del individuo, y que tanto trasciende a su comportamiento. De entrada, muchos esperaríamos que motivara un cambio de conducta, lo cual ya dice mucho, si lo miramos desde Nietzsche. En segundo lugar, creo que la verdad, no logra nada más allá que un lagrimeo culposo cuando se destruye el árbol sagrado de los navi, y una necesidad apremiante por cerrar la ducha cuando no se necesita y apagar los focos innecesarios, en una actitud responsable, que durará una semana como máximo. Un contenido como el de Avatar, funciona en nosotros como un espejo, que además de tener un objetivo claramente económico para quien lo produce, posiblemente tenga cierta intención adoctrinante, que nos encanta a los ecologistas. Si lo de adoctrinante no parece claro, solo fijémonos en los estereotipos del héroe y el antihéroe. El moralmente bueno es nada más y nada menos que lisiado, y lidera una raza indefensa en clara desventaja militar, al moralmente malo, redundante, despreciable, egoísta y brutal coronel Quaritch que defiende la idea de que el fin justifica los medios, en este caso el fin económico de la explotación de un yacimiento mineral que aliviará los problemas energéticos de una tierra podrida en contraste con la pura Pandora, lo que justifica la fuerza y la explotación.
En la intención moralista del argumento, los malos humanos, aquellos que no logrado la conexión vinculante de la cultura navi, al final son derrotados, expulsados y despreciados; aquellos que si lo logran, transmutan, resucitan en una nueva forma que tiene mucho de animal, pero muy poco de fieras, porque antes que nada, tienen claros aquellos valores, que los valida los vincula, los acepta como parte de una especie y les hace dignos de una conexión con un orden místico y natural del cual ellos siguen siendo cabeza superior (pareciera ecología profunda). Pero esta transmutación que permite el triunfo del débil, frente al egoísta y violento terrestre, solo se da gracias a un redentor lisiado que debe emprender su propia lucha interna con aquello que lo hace humano, para dar paso a una conciencia nueva. Es solo en la afirmación de esa conexión con un orden superior, del cual la raza humana o navi (al final da lo mismo) ocupa la primera fila, que llega esa redención triunfante. Que nuevo antropocentrismo más hipócrita.
Los navi y los recién humanos convertidos y transmutados en Pandora, o los nuevos seres humanos ecologistas, en este planeta, sin tener que viajar tan lejos, han logrado vencer y han demostrado que los débiles pueden contra los fuertes.
No solamente una producto cultural como Avatar es un reflejo del imaginario ecologista actual, sino que es una buena metáfora de cómo el discurso del consumo responsable se convierte en algo así como una nueva atmósfera moral pandoreana que da vida a “los navi” y asfixia a los humanos.
El discurso del consumo responsable, podría verse, en términos de Nietzsche, como un ejemplo de la captura de fuerzas activas, por parte de fuerzas reactivas, en la medida en que busca que el individuo como consumidor se mida y se contenga, pero al mismo tiempo, que el productor se vea obligado, bajo la presión del consumidor, a producir de forma “más responsable”. En este tema, antes de continuar, quiero hacer una breve articulación con un concepto de Felix Guattari en “Mil mesetas, capitalismo y esquizofrenia”, que me permite validar el por qué este discurso llega a funcionar, como arma de guerra propia de una fuerza reactiva, en la medida en que no se enfrenta con la fuerza física, sino con el poder de la metáfora y la moral.
Desde la definición de “máquina de guerra” que hace Guattari, como posibilidad para hacer resistencia al poder de las grandes transnacionales, señala dos posibilidades, una, definida por la protesta, el boicot y la militancia de línea dura contra las marcas y sus sucursales, ocasionándoles ataques y estragos físicos y por tanto pérdida de su capital. Claramente esta opción tiene un carácter militar que además es contrarrestada desde la máquina propia del Estado bajo el concepto de institución militar. La otra opción es la que se define desde lo simbólico, y en estas, me parece, cabrían opciones como sanciones morales y económicas simbólicas, la creación de medios comunicativos y publicitarios de denuncia, la intervención del lenguaje audiovisual de los mensajes publicitarios, y producciones por parte de individuos y colectivos de piezas audiovisuales que atacan directamente a marcas o a actos específicos de consumo, más conocido como contrapublicidad.
De esta manera, el discurso del ecologismo, haciendo uso de herramientas como la contrapublicidad, no solo pone en el lugar del débil, y por tanto del bueno, a otras especies y al planeta, sino que lo hace también con el ser humano mismo, en la medida en que lo victimiza ante el consumismo, la publicidad y la industria. Dada esta victimización, propone dos caminos, que los veo totalmente relacionados con los caminos que aconsejaría el “sacerdote”, según Nietzsche. Por un lado la idea de culpabilizar al ser humano en su carácter de depredador inconsciente, generando la sensación de “resentimiento” y venganza, que mencioné inicialmente, y por otro lado, la de generar una culpa, en el acto de consumo, que bien podría entenderse como “mala conciencia”, y que podría ser expiada a través de un comportamiento ético, como el del consumo responsable. Así pues, este comportamiento, pareciera tener entonces cierto carácter ascético, porque de alguna forma propone una renuncia a un tipo de sufrimiento, (el que supone, la destrucción del refugio en que se vive, el del sufrimiento de los indefensos, el de la injusticia social y el hambre, producto de las dinámicas de los mercados), a través de la contención de un instinto propio del hombre, el de desear, poseer y acumular.
La sociedad occidental que Nietzsche tanto criticó, y que con seguridad, hoy, sus características se ven multiplicadas y desproporcionadamente aumentadas, tenía inmersa ya una sociedad de consumo. Por lo tanto, entendería que para él, esta también fue un síntoma de decadencia y una herramienta de domesticación del ser humano. Curiosamente, me parece que, hoy, la emergencia del ecologismo, que se enfoca en el ataque a ese síntoma, puede ser analizada y criticada de la misma manera.
Lo que pareciera ser, y así lo desearía yo, ser la fuga a un comportamiento humano que no me parece sostenible, Nietzsche pareciera demostrarme, que realmente, no hay tal fuga, sino que se replica de nuevo, aquello que decadentemente caracteriza a la sociedad occidental contemporánea.
La verdad no me gusta, ese ángulo de mirada que me proporcionó Nietzsche, para ver el problema del ecologismo, pero que no me guste no implica que no me sea necesario hacerlo. De alguna forma, me ha servido para sorprenderme a mí mismo y al discurso mismo del ecologismo, en la práctica del concepto de “voluntad de verdad”, pues claramente esta posición defiende una realidad objetiva, la de la necesidad, y casi misión del hombre, de proteger su hábitat. También se revela en el centro de una trama de fuerzas que le obligan a generar una verdad. El ecologismo, genera y difunde verdades, hace críticas, visibiliza acciones, soporta hechos en estadísticas, noticias e imágenes. Darle un valor a esa verdad, e intentar objetivarla, también es moralista.
En últimas, aunque parezca, no es el alcance de crítica negativa al ecologismo, lo que más me interesa. Lo que más me interesa, es el intento desde mi percepción y mirada subjetiva, por poner, el discurso, en una justa medida, a través de unos lentes como los de Nietzsche que en ocasiones hace falta ponerse.
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