martes, 23 de junio de 2020
Sobre la mamera y la mamertada del derecho del otro
Sí, estoy mamado de que el otro juzgue lo que opino y lo que escribo, lo que digo y lo que publico. Sí, estoy mamado de que sancionen mis críticas permanentes y constantes a este gobierno que tenemos, estoy mamado de que sea políticamente incorrecto quejarse. Pero cuando me acuerdo que quienes se quejan, me critican y juzgan, tienen ese derecho, se me pasa. Eso es lo interesante y a la vez complejo de eso que llamamos libertad de expresión y democracia. Sea cual sea la orilla personal e ideológica desde la cuál cada quien se pare para emitir un juicio y hacer una crítica, está en su derecho, incluso de no hacerlo. No es nueva la situación en un país como Colombia, absolutamente polarizado y radicalizado; lo que sí es cada vez más intensa, es esa tendencia a categorizar al otro como radical desde el antónimo de su radicalidad propia, nunca reconocida e invisible a si mismo. Siempre ha habido polarización y radicalización, no en vano conservadores y liberales se “dieron machete” hasta el cansancio, lo cual, lejos de justificarlo, al menos hay que reconocer, que había oposición con ideología y argumentos, cada quien, convencido de la propia, desafortunadamente desencadenante en violencia. Pero lo que tenemos hoy, desde una especie de supremacía moralista y me atrevo a decir que doctrinariamente cristiana, es una aversión, un pánico y un rechazo absoluto a la discusión, a la crítica, a la visibilización de la opinión personal cuando no está de acuerdo con lo que me gusta o me conviene o cuando atenta, (ni siquiera en contra de una ideología o forma de pensar, actuar y gobernar), sino contra alguien, sin llegar siquiera a abarcar en su juicio, la valoración o defensa a la institución antes que de la persona.
Muchos pensamos que este gobierno gobierna mal, toma medidas equivocadas y todo lo criticamos. Muchos piensan que está bien y toma decisiones acertadas y todo lo validan. Hay quiénes, temen o no quieren emitir ningún juicio y todo lo justifican. Al final, todos tenemos ese derecho, del primero al tercero. Lo que no está bien, a mi modo de ver, es asumir que quien critica y juzga, hablando en el plano de lo político y específicamente en cuanto al accionar de un gobierno se refiere, está equivocado o está, por decirlo de alguna manera, en un estado de fallo funcional social. Personalmente pienso que un derecho y deber del ciudadano es opinar, juzgar, criticar y compartir su punto de vista frente a quien lo gobierna y cómo lo gobierna. Antes, la masificación y visibilización de tal potencia, era solo de los periodistas, hoy en el mundo social y digital en el que vivimos, es de todos y de cualquiera.
Observando esta situación, observándome a mi y a tantos otros con los que de una manera u otra, más cercana o más lejana, más presencial o más virtual, interactúo, me parece identificar los argumentos de fondo sobre los cuales se sigue criticando a quien critica al gobierno. Sospecho que además, son argumentos presentes durante la vigencia de cualquier gobierno, pero han sido especialmente usados en este. Además, no son cada uno, de uso exclusivo de un tipo de persona particular, sino que podemos llegar a tener una mezcla de varios de ellos.
Hay quienes consideran que está mal criticar al gobierno, porque simplemente sienten aversión a la discusión. Sienten que genera un desgaste innecesario. Personalizan cualquier asomo de desacuerdo y creen que es inútil, en la medida en que para ellos carece de alcance y posibilidad de lograr algo con ello.
Hay quienes firmemente consideran que lo que hace el gobierno está bien hecho, o nunca van a reconocer un error porque desde su punto de vista, sería reconocer que eligieron mal o que tomaron una mala decisión, lo cual sospecho impacta enormemente el ego.
Hay quienes eximen de cualquier responsabilidad al gobierno de las consecuencias de muchas decisiones, porque sienten que su responsabilidad no llega hasta el efecto en el ciudadano, en el cruce con su libre albedrío. Descargan absolutamente toda la responsabilidad en el individuo, desconociendo que cada uno es además, un ser social que afecta y es afectado por otros, y que desempeña un rol a partir de las condiciones, pautas y reglas que un gobierno define. Además decretan que quienes señalan la responsabilidad del gobierno, están exonerando de toda responsabilidad al individuo y al ciudadano.
Hay quienes consideran que criticar al gobierno es una expresión de algo que llaman, el discurso del odio. En la crítica y las expresiones de quienes no están de acuerdo, solo ven una afrenta y un insulto directo a aquello en lo que creen y en quién creen. Consideran que reconocer, que aquel a quien defienden se equivoca, es concederle un triunfo al contrario. Esto es estrechéz mental, mentalidad de escasez. Mantienen en una “guerra” constante con el otro. Curiosamente, muchos de los que usan el argumento del discurso del odio para describir, al contrario, posicionándose en un escalón moral superior, son los que criticaron el proceso de paz, votaron No y les es profundamente difícil el perdón, sobretodo por experiencias pasadas.
Hay quienes consideran que no se debe hacer explícita, ni abierta, ni masiva, la crítica al gobierno porque compromete el nombre, la reputación y la postura moral y ética en el desempeño personal, profesional, familiar, ciudadano, etc.
Hay quienes creen firmemente la teoría de que “todos somos uno”, que todos debemos estar de acuerdo, que no es constructivo a nivel de política y de país, señalar los errores. Consideran de alguna manera, la crítica, una traición a los valores nacionalistas del país. Sin darse cuenta, validan la teoría de “quien no está conmigo, está contra mí” y fácilmente sancionan sin darse cuenta, el valor y la necesidad de la diferencia.
Hay quienes argumentan que criticar es muy fácil, porque no aporta soluciones. Consideran que quien critica no soluciona, y esto lo hace absolutamente inútil. Olvidan que siempre se puede señalar el límite de la subjetividad en las acciones, y en las medidas que se dictan para que otros sigan. Desconocen que es peligroso decir a todo que sí, sin ningún filtro. Y también olvidan, que en temas de gobierno, para eso es que un gobernante se hace elegir, para aportar y definir las soluciones. Cada individuo como ciudadano soluciona desde su alcance, desde su realidad, desde lo que bien o mal le tocó vivir. No se debe entonces, trasladar la responsabilidad de la generación de soluciones, al ciudadano, porque él ya lo hace desde su alcance, su posibilidad y su potencia, y espera que el gobierno haga diligentemente lo que le toca.
Sinceramente, creo que son pocos los que estando en una realidad alterna, en la que el gobierno lo liderara cualquiera que represente lo contrario a aquello de lo que creen, estarían una posición pasiva, de ninguna crítica, acudiendo a cualquiera de estos argumentos. Dudo mucho en esta realidad hipotética, de la ausencia de expresión de crítica, de todos los que hoy se rasgan las vestiduras por los malos comentarios frente al gobierno. El punto entonces, aquí, es de pespectiva y por tanto de derecho legítimo y natural a emitir un juicio de valor. No está mal, emitir juicios de valor, y quiero ser claro que estoy hablando específicamente en el tema de la política y el gobierno. Es un derecho del ciudadano, porque es su derecho a opinar sobre aquello que de forma directa o indirecta le afecta. Incluso, cuando considera que afecte al otro, antes que a sí mismo. Ese es el verdadero sentido del concepto de unidad, una unidad en la que todos nos vemos afectados por las decisiones que toma cada uno, pero también, el gobierno que los agrupa. No una unidad, basada en nacionalismos y favoritismo políticos. Cuando eso pasa, está bien denunciarlo, quejarse, señalarlo. También está bien, no hacerlo, es un derecho. Pero aquí nadie es mejor o peor ciudadano, o mejor o peor persona o mejor o peor trabajador, o mejor o peor padre, por hacerlo o no hacerlo.
No podemos, o al menor yo no lo creo, tenerle miedo a la crítica. Quién critica, no necesariamente está convencido de que tiene la verdad revelada o que existe para él, una única verdad. Tampoco, necesariamente le afecta si lo leen o lo escuchan o no, pues realmente poco puede llegar a interesarle convencer o cambiar la forma de pensar de alguien. Lo que sí tiene, posiblemente, es un convencimiento y una conciencia de los efectos positivos o negativos del ejercicio del poder en sí mismo y en los demás, así esto no le afecte o lo beneficie directamente. La crítica ofrece un límite a la subjetividad en la acción, en este caso del poder y la política. La crítica señala y visibiliza aquello que cada quien desde su subjetividad y su creencia cree que no está bien hecho o se puede hacer mejor, sea cual sea la orilla política e ideológica sobre la cuál esté parado.
Así las cosas, mi reflexión e invitación final, es a vivir y dejar vivir, incluyendo en el vivir, el expresar la opinión y la crítica. No debemos hacer de ella y del juicio político personal, un antivalor. No debemos caer y participar en ese juego. Cada quien tiene el derecho de decir, escribir y publicar lo que piensa, como también cada quien tiene el derecho a leer, escuchar o bloquear a quien le parezca. Eso es ejercer la libertad.
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