domingo, 2 de agosto de 2009

La superación personal como una nueva forma de entrenamiento

Al “caminar” entre las ideas del “monstruo” y del “deportista”, repentinamente, no puedo evitar recordar un momento de mi infancia, uno minuciosamente construido y varias veces replicado, inmerso en la fantasía construida con muñecos plásticos musculosos y “extra-físicos” que definieron mis ideas del bien y del mal, de lo correcto y de lo incorrecto, del héroe, atlético, incansable, riguroso, poderoso y rodeado y del villano monstruoso, deforme, apartado y no deseado. Entre muchos otros momentos, estos posiblemente ayudaron a construir y limitar mi “papel funcional” en la sociedad con la ayuda de héroes y villanos claramente diferenciables por sus formas físicas y contexturas, mientras que posiblemente mi hermana lo hacía con Barbie y su cuerpo extenuado después de una larga sesión de gimnasio o de quirófano y de Ken también relajado y atlético después de un encuentro deportivo o porque no después de una cotidiana dosis de esteroides.

No puedo evitar, para empezar, observar como los imaginarios de cuerpo creados desde el ejercicio y el deporte, terminan replicando la misma lógica de los imaginarios de cuerpo creados desde la concepción de monstruo y la deformidad. Desde ángulos aparentemente opuestos, el resultado desde el punto de vista de creación de identidad sigue siendo el mismo. Estas lógicas a pesar de parecer tan diferentes, tienen un mismo objetivo político en términos de definir por decirlo de alguna manera, nuestra “funcionalidad” social. Cuando lo veo de esta forma, siento que intentamos (desde un ejercicio analítico) desmembrar del dispositivo de poder, dos de sus “órganos”, entendiendo como dispositivo, “un conjunto heterogéneo que incluye discursos, instituciones, instalaciones, decisiones reglamentarias, leyes, medidas administrativas, enunciados científicos, proposiciones filosóficas, morales y filantrópicas. En resumen, lo dicho y también lo no dicho”.

Estos dos “órganos”, el cuerpo destruido, no viable, no posible (el monstruo), y el cuerpo perfecto, evolutivo, envidiable (el atlético), ambos como referentes, como puntos de partida de cómo debemos entender el cuerpo y trascenderlo a nuestra psicología e incluso espiritualidad, cumplen la función que todo órgano tiene, permitir que una estructura funcione “adecuadamente”. El primero como referente negativo que fue ocultado y ahora visibilizado como objeto importante para la intervención y “la evolución” y el segundo como ideal a alcanzar, como punto final de la bitácora a seguir para la definición de identidades políticamente correctas y aceptadas.

Sin embargo, estos “órganos” han mutado en su forma con el tiempo, se han adaptado para responder a las nuevas condiciones dadas por la evolución de la tecnología, del mercado, de la producción, del manejo del tiempo y en últimas, de la sociedad misma. Esto es lo que desde una perspectiva histórica nos narra Vigarello en el capítulo “Entrenarse” de “Historia del Cuerpo”, para el caso del cuerpo formado desde el ejercicio y el deporte, pero desde lo cual se evidencia, como el dispositivo se mantiene funcionando a partir de este “órgano” discursivamente fuerte.


Podría resumir esta evolución, usando una analogía sencilla: Veo ahora el ejercicio y el deporte como el corsé del siglo XIX, y XX, en tanto que si para el siglo XVII este dispositivo de captura del cuerpo aseguraba un buen soporte a la columna vertebral para darle al cuerpo una determinada y aceptada actitud de rectitud, el ejercicio y el deporte, se han convertido en el correctivo de la forma en que debemos relacionarnos con el cuerpo, para desde ahí, definir la forma en que nos relacionamos con nuestra realidad externa. El ejercicio y el deporte han sido pues, instrumentos efectivos para ensayar nuestro papel como ciudadano, como actor eficiente y productivo, primero dando respuesta a una cultura basada en la métrica, la progresión y la disciplina de lo físico, y después a una cultura inmaterial basada en la relación, interacción y experiencia, desde el conocimiento individual de lo psicológico y lo espiritual. En cualquiera de los dos puntos, en el inicial o en el actual, el cuerpo es el centro y el objeto del disciplinamiento, con técnicas o con terapias, da igual, el cuerpo aun está siendo medido y modificado bajo la lógica de ser funcional dentro de las condiciones que definen el papel del ciudadano y de consumidor, generando en todo este proceso, una inevitable construcción de identidades, predefinidas, empaquetadas y homogenizadas desde las políticas públicas en términos de educación, higiene, ciudadanía, y desde políticas privadas en términos de focos de consumo, representaciones publicitarias y configuraciones de deseo. En este proceso, se ha pasado al cuerpo de la “anotomo-política”. Como dice Foucault:

"A través de estas técnicas de sujeción, se está formando un objeto; lentamente va ocupando el puesto el cuerpo mecánico, del cuerpo compuesto de sólidos y sometido a movimientos, cuya imagen había obsesionado durante tanto tiempo a los que soñaban con la perfección disciplinaria. Este objeto nuevo es el cuerpo natural, portador de fuerzas y sede de una duración [...] El cuerpo, al convertirse en blanco para nuevos mecanismos de poder, se ofrece a nuevas formas de saber"


Al leer este capítulo de la obra en mención de Georges Vigarello, llama la atención como los momentos que ha tenido el papel del ejercicio y el deporte en las definiciones políticas sobre el cuerpo, y sobre la subjetivación del individuo, no son excluyentes unas de otras, es decir muchas de las características de cada momento estuvieron presentes en el momento siguiente, y aun están presentes. Simplemente se adaptan y se naturalizan como un todo. Retomar estos momentos y mirarlos con nuestro referente actual de como vivimos cotidianamente nuestra relación con el ejercicio y el deporte permite darnos cuenta más allá del hecho puramente histórico, del funcionamiento de esos dispositivos de poder mencionados por Foucault, sobre el cuerpo. La cotidianidad de hoy es un momento más, en el que está presente un marcado y fuerte imaginario actual del bienestar; es suficiente ver los artículos de las revistas tanto de farándula como de salud, en los avisos publicitarios de productos, en las notas Light de los noticieros, en los seminarios de psicología, superación personal o valoración del talento humano a nivel empresarial. En todo hay un factor común, el bienestar, a partir de intervenciones terapéuticas o deportivas, solitarias o guiadas, se ha convertido en centro importante para garantizar “nuestro correcto funcionamiento”. En el centro de todo, como ya lo dije está el cuerpo, pero ya no un cuerpo solo físico, sino mental y espiritual. El deporte y el ejercicio ya no están hechos y ofertados (en la práctica personal de fin de semana y en el partido patrocinado en horario prime) solo para el primer tipo de cuerpo, esta hecho para el compuesto por los tres componentes “esenciales”, tal vez ahora es mas productivo así.


En los momentos identificados en el relato histórico de Vigarello, se encuentra como para finales del siglo XIX principios del siglo XX el ejercicio, sobretodo desde la práctica de la gimnasia (no aun desde el deporte) cobra su sentido a partir de la sistematización de los movimientos. La mecánica y la precisión son su obsesión, la repetición y la rigurosidad son formadoras del carácter del individuo, lo hacen disciplinado, ordenado y comprometido, eso es lo que se espera del ejercicio, formar un ciudadano responsable, inquebrantable. Lo único necesario es aumentar los recursos físicos del mismo cuerpo a partir de la programación. Por sus fundados beneficios para el disciplinamiento, poco a poco se llevan estas prácticas a la educación en escuelas y colegios.

Como el objetivo del ejercicio es en este momento, permitirle al cuerpo metas y resultados normalmente imposibles, se generan instrumentos que contribuyen a los principios de la progresión y la medición. De esta forma se enmarca el entrenamiento dentro de la cada vez más creciente cultura material y el ejercicio muta con el ajuste y la precisión de los objetos y los instrumentos. La fascinación ahora ya no es solo la medición sino la técnica, el cuerpo humano y el cuerpo maquínico son ahora uno solo, uno depende del otro para lograr el resultado y el objetivo, la marca sobre la marca permitida por la modernidad. El cuerpo está totalmente tecnificado.

En la primera guerra mundial se toma de la rigurosidad y del disciplinamiento del ejercicio y del deporte los elementos necesarios para construir defensores recios de la identidad nacional en el campo militar, necesario incluso para efectos de dominación y superioridad racial. Los íconos, los héroes, son el centro, y van a marcar los imaginarios de cuerpo y de individuo social, durante la guerra como defensor, ciudadano, hombre fuerte por bien de su identidad nacional.

La posguerra es el caldo de cultivo para generar espacios de preocupación por el tiempo para si mismo, cobrando relevancia la práctica deportiva a nivel doméstico, la práctica en espacios al aire libre y el turismo, lo que ocasiona que la desnudez tenga mas espacio y el valor de cuerpos atléticos se amplíe a la vida cotidiana, cambiando así las referencias sociales de “ciudadano”. Las sociedades gimnásticas comienzas a restar importancia pero no así el método, que se vuelve cada vez más importante en los colegios como complemento educativo. Sin embargo, la práctica ya no solo del ejercicio gimnástico repetitivo, sino del deporte, comienza a cobrar mayor importancia, pese al temor al agotamiento físico debido a prácticas no medibles y controlables. No obstante, para la segunda mitad del siglo XX, el deporte va a tener un papel fundamental desde el punto de vista de identidad nacional e identidad social, reforzada por encuentros deportivos a gran escala cubiertos por los nuevos adelantos y posibilidades de las comunicaciones. El deporte gusta y se queda por su organización democrática basada en el orden de dirigentes y dirigidos, lo cual permite que se aprenda de la ciudadanía. Además se considera que ayuda al triunfo del individuo desde la combinación de la ayuda mutua y la competencia, la estrategia, la táctica y la fuerza física.

El entrenamiento comienza a trabajarse en la intimidad, ya no solo basado en el entrenamiento y disciplinamiento de los músculos, sino de la sensibilidad de si mismo, de la afirmación personal y colectiva en su relación con el otro. El cuerpo comienza a verse ya no como una máquina que hay que controlar y que solo produce en el ejercicio mismo, sino como una fuente de información a la cual se debe ser sensible para tomar conciencia de su propio funcionamiento y así generar un mayor beneficio en la práctica. Al mismo tiempo la cultura del ocio, refuerza la importancia del ejercicio y el deporte como práctica personal o como valoración del espectáculo que genera identificación y diversidad de gustos y formas de relacionar su cuerpo con la actividad física desde el ocio y el gusto personal. La práctica del deporte y del ejercicio ya no es solo una invitación a ser el mejor, sino a la identificación con patrones de consumo y estilos de vida. Es menos relevante la sensación física frente a la sensación e información emocional proveniente de su propio cuerpo y de su colectivo social.


Para finales del siglo XX (tendencia que se torna más fuerte actualmente) se agrega la mirada psicológica hacia el entrenamiento como formador del cuerpo, pues el ejercicio es visto como componente fundamental para el crecimiento personal. El entrenamiento ya no es solo de potencia, sino de autoconocimiento, de conciencia profunda del cuerpo, pero también de sus limitaciones, potencialidades y frustraciones. Se trata como lo menciona Vigarello, “de liberar el espíritu, atacando directamente el cuerpo”, es la “vuelta sobre uno mismo” que inició en la percepción de la búsqueda de confianza a partir del trabajo físico exterior y muscular y se orienta ahora hacia la percepción de la autorrealización a partir del trabajo físico interior.

…los nuevos gimnasios sugieren un “tiempo entre paréntesis”, o un espacio “al margen del tiempo”, para garantizar el “redescubrimiento del cuerpo” o mejorar “la armonía con el cuerpo”. El proyecto es gimnástico, sin duda, pero consiste en “tomar conciencia del cuerpo”, “mantenerse a la escucha”, postular a partir del cuerpo un bienestar tan psicológico como interiorizado.

Hasta aquí, visto desde la aplicación de las tecnologías de poder sobre el cuerpo, para el caso del deporte y el ejercicio, es claro que no existe una noción única y universal del cuerpo, por el contrario, se convierte en una identidad continuamente construida y dependiente de condiciones socioculturales históricas, que definen la acción moral sobre él y sobre la construcción subjetiva del individuo con el otro.


Ahora, si ponemos nuestra atención en los imaginarios actuales de “entrenamiento”, desde la lógica de bienestar basado en la integralidad de cuerpo, mente y espíritu, me interesa de alguna forma poner sobre la mesa y problematizar esa misma noción de “entrenamiento” en un contexto en el que de forma creciente las lógicas religiosas en occidente empiezan a cobrar un sentido diferente. Como lo ha advertido Foucault, desde Platón ha habido una preocupación por el “cuidado de si” desde la idea de “conócete a ti mismo”, remitiendo a una preocupación por el alma, que mas tarde se convertirá en fundamento de nuevas “tecnologías del yo”, como formas de acción sobre si mismo. Esto sitúa al sujeto en algo así como un punto de cruce entre los actos que necesitan regulación y entre las normas que la definen y de esto ha dado buena cuenta el cristianismo, en occidente que construye una moral negativa sobre el cuerpo, basada en el rechazo del deseo y el yo propio, como base para lograr la salvación del alma.

Si en tanto desde el cuerpo, el sujeto es construido y se convierte en un campo de confrontación política, podría llegar a ser también un campo para la emancipación y la resistencia a partir de las políticas mismas que lo constituyen? No puedo evitar hacer esta pregunta cuando observo que las nuevas formas de entrenamiento, de alguna manera contravienen el mismo orden moral cristiano que limita las ideas del funcionamiento y relación con el cuerpo. Si al fin y al cabo, el cristianismo nos invitó a mirar a un dios externo a nosotros y fundar las relaciones con nosotros mismos y con los demás a partir de una exterioridad, al estar en un momento en el que estamos siendo invitados a mirarnos a nosotros mismos, a sentirnos desde el interior en conexión con las sensaciones propias, puede llegar esta mirada, a liberar las limitaciones y relativizar nuestros juicios y nuestros campos morales?. Baso esta pregunta además en la idea de Foucault de las tres dimensiones que están en la base de la conformación dinámica de la propia subjetividad: el “sí mismo” como relación consigo mismo; el “poder” como relación con los demás; y el “saber” como relación con la verdad, que es cultural, histórica y contingente.
Todo el despliegue actual de lo que veo, algo así, como un nuevo biopoder basado en el crecimiento integral del ser humano, la integración de las ideas occidentales científico-médicas con las prácticas orientales e indígenas que redimensionan no solo la espiritualidad, la creencia y la religión, sino el imaginario mismo de relación y entendimiento de nuestro cuerpo, se queda en una nueva colonización consumista del cuerpo que lleva a una interminable y realmente inalcanzable contemplación de si mismo con una promesa universal inexistente de plenitud y perfección? Si es así, todo queda en una construcción de imagen que bajo el pretexto de ser una mirada del individuo a su interior, realmente lo saca de si para que viva su cuerpo en relación con una idea externa de trabajar sobre y desde si mismo. Esto no sería nada más que lo que llamaría Debord, un simulacro del cuerpo dentro de la sociedad del espectáculo, constituida en este caso sobre las imágenes y los imaginarios del bienestar y la salud. Me refiero en este caso a ese cuerpo simulacro que sale de la sala del quirófano o ese cuerpo simulacro que sale de una sesión de yoga.


Para explicar mejor este punto, quiero citar a un autor llamado , Christopher Lasch quien describe en su libro “La Cultura del Narcisismo”, una nueva forma de vida que según él, ha venido a suplantar el individualismo competitivo por una lógica en la que cada quien desarrolla una preocupación exacerbada por si mismo, siendo esta una nueva etapa del individualismo occidental. Esta nueva forma de relación del sujeto consigo mismo, con su propio cuerpo y con los demás, responde a valores como el culto a la imagen corporal, la reducción de la existencia a un presente desprovisto de cualquier referencia de pasado y futuro; la búsqueda incesante de la realización personal; la glorificación del deseo; la renuncia a metas político-revolucionarias, sociales, religiosas. Esta noción del Narciso como la preocupación extrema por si mismo, genera una nueva idea de salud del cuerpo y la pone ahora más que nunca en la categoría de un bien consumible. Quiero precisar el uso que hago de salud en este momento, como el logro de un bienestar físico, psicológico y/o emocional a través de cualquier instrumento práctico, terapéutico o quirúrgico. Como vimos en el relato de Vigarello, fue el deporte el que a partir de la segunda mitad del siglo XX como resultado de todo un proceso de naturalización, se convirtió en un bien consumible y hasta hoy altamente rentable. Ahora estamos ante el nacimiento de un nuevo bien, la salud como búsqueda del bienestar. Sería entonces la medicina y las nuevas actividades de entrenamiento sobre el cuerpo (tradicional, alternativa o una amalgama de las dos) un nuevo instrumento de control social, al ser esta, una mercancía consumible?.

Sinceramente, quisiera que no fuera así, quisiera pensar que como lo expuse arriba, esta nueva lógica de relación con el cuerpo y de “entrenamiento”, fueran una nueva y real posibilidad de encuentro consigo mismo que hiciera frente a las políticas que lo limitan, que permitiera que el cuerpo se viviera y se pensara por si mismo. Sin embargo al mismo tiempo, cuando vuelvo a leer el recorrido histórico que hace Vigarello por el “entrenamiento” del cuerpo, no puedo evitar ver muchas similitudes en los procesos como los mencioné arriba de mutabilidad de esas ideas sobre la corporalidad que actúan como “órganos” que mantienen el dispositivo de poder funcionando.

Por último, quiero compartir un fragmento de un estudio etnográfico de un gimnasio de entrenamiento de alto nivel en España, que encontré en la búsqueda de información sobre disciplinamiento deportivo y que me sirve para ver en un caso práctico como actúa el disciplinamiento a partir de la práctica deportiva, a pesar de no ser un caso del siglo XIX. Pero además me hace preguntar cuantas veces he mirado de lejos la puerta de fondo, en una práctica de entrenamiento personal en una traumática y tensionante clase de educación física en el colegio o en una sesión de gimnasio después del trabajo.

“Buscando escapar del confinamiento prolongado al que están sometidos todos los gimnastas, excepto los pequeños, acuden a menudo a la puerta de fondo del gimnasio. Tal como lo comentan Sergi y Manuel, abrir la puerta del fondo para ver el sol, las personas que transitan por el centro o simplemente ver que la vida sigue existiendo en el exterior, es todo un placer. Abrir esta puerta significa contactar con el mundo, de hecho es la única ventana directa con la realidad exterior que posee el gimnasio. En opinión de Jonny, es la única posibilidad de escapar de la “burbuja” que representa la vida en el gimnasio. Según Tomás, todos adoran tener la puerta abierta y no se hace con mayor frecuencia porque las condiciones ambientales externas no lo permiten. El mismo gimnasta expone este asunto en sus propias palabras: “Puede que en los primeros años no se note tanto, pero después de 11 años entrenando en la sala, poder tener la puerta del fondo abierta escomo entrenar gimnasia en la playa”. Los gimnastas pequeños de forma intuitiva saben que todavía no tienen el permiso para acceder a este placer. En opinión de Xavier, su entrenador, la puerta de fondo adquiere para ellos un sentido subjetivo de “pared”, de una barra infranqueable, al menos de momento que el tiempo tratará de abrir. Las pocas veces que hemos visto alguno de los pequeños franqueando esta puerta, lo hacían desconfiados y atentos para ver si los entrenadores estaban mirando. Las veces que iban con tranquilidad era cuando su entrenador les recomendaba “ir a mirar por la puerta para bajar un poco la tensión”.

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